10 noviembre 2006

inundado de cristales

Temperatura de primavera en todos los lugares del hemisferio sur menos en un punto escondido de La Plata. El almanaque se deshoja lento y frio en las paredes amarillas de mi cuarto silencioso y en compañía de las horas clavadas en el reloj de este noviembre en pañales juego al ta-te-ti, pierdo al ajedrez y hago trampa al scrabell.
Ya no se que hacer.
Sin poder dormirme doy vueltas en mi cama, palpo mi costado y de vuelta la ñata contra el colchón o mi alma contra el paredón voy sin vos a tu imagén como se hunde una roca en el mar, te recuerdo en tu almohada improvisada la última mañana que te vi (otra vez volví a reventar mi birome), una acuarela fresca que se conserva sin fecha prevista de vencimiento en mis pupilas.
Me mareo un poco con mi inocencia en compota y siento a Bagdad que me explota a unas pocas baldosas.
Pasa el tiempo de esta vida, de esta noche y aún siento florecer sin vacilar dentro el rigor de los ojos pesándome en la mirada y una deuda impaga en las entrañas. Con telarañas en el alma se hace largo e inoportuno andar vagando por los callejones de mi mente. Lo se muy bien y no hallo la solución para dejar de naufragar.
Sangrando de este modo se hace cuesta arriba sonreír.
Con rasguños en el corazón solo y desvalido cargo el dolor de saberte inalcanzable.
Sin el orgullo de un varón voy a ciegas palpando en la oscuridad tu ausencia que me apuñala por la espalda y me cascotea desde lo más alto con destellos incandescentes de luz.
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